10 nov 2011

La experiencia dionisíaca a través del duende español.

 Uno de los equivalentes a Dionisos es el duende español. En una conferencia del poeta ibérico Federico García Lorca, titulada Juego y teoría del duende, éste nos expone de qué se trata el asunto. El duende es una noción fundamental para poder entender la cultura española. Él está presente en artes como la danza, la música y el canto flamencos, así como en las corridas de toros. Para explicarlo, Lorca hace un estudio de los factores que influyen a la hora de crear arte. Primero toma los conceptos de ángel y musa. El ángel ilumina al artista, vuela sobre él, "derrama su gracia, y el hombre sin ningún esfuerzo realiza su obra, o su simpatía o su danza"; el ángel lo que hace es ordenar, por lo que el artista queda subyugado y no tiene manera de "oponerse a sus luces". Por su parte, la musa dicta. Su poder no es tan fuerte, pues cuando ella se presenta lo hace con cierta distancia de por medio. Ella "despierta la inteligencia, () es muchas veces enemiga de la poesía, porque limita demasiado". Ambos factores, ángel y musa, vienen de afuera: el primero brinda las luces y la segunda provee las formas. Evidentemente, son apolíneos.

Pero el duende, en cambio, "hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre" para que emerja desde los sótanos del ser, vibre en la piel y finalmente se exteriorice, transmitiéndole tal emoción al espectador. Sin embargo, el duende aparece sólo cuando es propicio, no cuando el artista lo determina. No hay manera de encontrarlo intencionalmente, el duende es despótico y caprichoso en este sentido. Tampoco hay manera de explicarlo ni de describirlo, pues las emociones se viven, se conocen directamente desde la experiencia propia, no se aprenden en los libros. A propósito, López-Pedraza indica que "hay un Dionisos en nuestro cuerpo, que está esperando ser contactado y darnos acceso a la riqueza de sus emociones y sentimientos" Ante este inconveniente didáctico, García Lorca nos describe poéticamente sus experiencias dionisíacas a través del duende: "Sólo se sabe que quema la sangre como un trópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos, que se apoya en el dolor humano que no tiene consuelo".

Para recrearnos desde el punto de vista de un espectador, el poeta español relata que, en una ocasión, "la cantaora andaluza Pastora Pavón, la Niña de los Peines (...) cantaba en una tabernilla de Cádiz. Jugaba con su voz de sombra, con su voz de estaño fundido, con su voz de musgo" se aferraba de todo ángel y toda musa que estuviese flotando en el ambiente cargado de expectación, se valía de cuanto recurso académico tuviese al alcance. "Pero nada; era inútil. Los oyentes permanecían callados." La cantaora no encontraba ningún medio que excitase a la audiencia, la cual era tan variopinta como difícil. Agotada y rodeada de un silencio poderoso, penetrante, estremecedor, estoico Pastora Pavón terminó de cantar. En este momento, uno de esos hombrecitos "bailarines que salen de pronto de las botellas de aguardiente, dijo en voz muy baja <<¡Viva París!>>;, como diciendo: <>".

La reacción de la cantaora no se hizo esperar. Entonces, en un arrebato de locura, se levantó y "se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar, sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero con duende. (...) Tuvo que dejar a su musa y quedarse desamparada". Así, pues, un duende avasallador abrió las puertas del sótano más profundo de la Niña de los Peines y penetró en la tabernilla, para lanzarse desde aquella voz que pasó a ser "un chorro de sangre, digna, por su dolor y sinceridad", y que "hacía que los oyentes se rasgaran los trajes".

Otro ejemplo sorprendente relatado por García Lorca, es el de un concurso de baile, donde "se llevó el premio una vieja de ochenta años contra hermosas mujeres y muchachos con la cintura de agua, por el solo hecho de levantar los brazos, erguir la cabeza, y dar un golpe con el pie sobre el tabladillo". Por otro lado, también nos afirma que "ni en el baile español ni en los toros se divierte nadie; el duende se encarga de hacer sufrir". Y es que, como hemos visto en los dos ejemplos dados, y sumándolos al toreo, el duende aparece en las últimas instancias, pues está, como dionisíaco que es, fuertemente conectado con la muerte. Lo apolíneo, en este caso la musa y el ángel, o bien huyen o bien se lamentan ante la muerte, en cambio el duende lo enfrenta y, si no queda más, la disfruta como se disfruta el último sorbo de licor que aguarda en el culo de una botella, o como se disfruta, aún sin saberlo, el último beso que se le da a una amante. Todavía hay más, "el duende no llega si no ve posibilidad de muerte".
Ahora bien, el duende, lo dionisíaco, no se restringe a un círculo único, no se limita a ciertos tipos de arte; tales experiencias pueden presentarse hasta en la vulgar cotidianidad. Sin embargo, como es natural, las artes que más aplican a ellos son la música, la danza, el teatro y la poesía hablada. En un principio, la música y la poesía, al menos la escrita, pertenecían a lo apolíneo. Pero, entonces, éstas eran tan áridas como un tratado de filosofía o un texto de divulgación científica. Fue a partir la irrupción de lo dionisíaco cuando cobraron vida, ya que lo apolíneo se amalgamó con toda ese bagaje emocional propio de lo dionisíaco. Por ende, sea como sea, si lo dionisíaco no hubiese resurgido desde los intestinos griegos o no hubiese penetrado desde los pueblos bárbaros, ¿cómo podríamos concebir el arte hoy en día? Quizás sería como naufragar en la soledad de un desierto, en medio de una tormenta de arena seca, lejos de la más ínfima gota de agua aún en ese caso, ante el sufrimiento producido por el sol abrasador y por la inclemente sed, en el último suspiro de vida, seríamos llevados por una ola de locura sin poder oponer resistencia, asistiendo a una visión delirante coronada con un Dionisos en toda su mayestática embriaguez.

Visto en http://www.predicado.com/work.php?id=268273

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